En la ducha Alejandro no tolera el agua fría, al ser sometido a una de estas duchas, el suele gritar, llorar, replicar y culpar. Es como si esta lo golpeara hasta dejarlo exánime. Por eso hemos procurado por mantener un baño diario en la mañana que sea con agua atemperada o tibia. Al cumplir un año no tenía problema alguno cuando lo llevábamos a una piscina, incluso al estimular su flotabilidad sonreía y aparentemente lo disfrutaba. Al cumplir los tres años, su relación con estas piletas cambió abruptamente. A diferencia de sus compañeros de preescolar, rechazaba la mínima posibilidad de participar en las clases de natación. Incluso con nuestra compañía en la piscina, empezaba a llora, gritar y patalear. Prefería correr alrededor de la piscina y quedarse en algún sitio observando a sus compañeros.
Lo interesante es que este comportamiento variaba acorde con el lugar de su cuerpo que quedaba en el agua, si quedaba bajo su cintura no presentaba reacción distinta a disfrutar del movimiento del agua. A partir de los tres años el tener una pileta muy pequeña en casa, su comportamiento empezó a variar, empujado mucho por el gusto de su hermano por zambullirse. Gracias a sus clases de natación y a un trabajo dirigido que periódicamente se hace con él, ha logrado meter todo su cuerpo en el agua, aceptando el uso de objetos flotantes para deslizarse.
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