Antes de empezar nuestro proyecto de educación
emergente, tuvimos a Alejandro en dos preescolares cuyas limitaciones más
evidentes estaban en el mínimo nivel de conceptualización sobre el hecho mismo
de la educación para la primera infancia. En ese entonces, y sin diagnóstico,
pretendíamos que Alejandro tuviera escenarios de socialización sin importar
mucho el componente de estimulación al desarrollo psicológico dado que eso lo
hacíamos en casa. Al interpelar a las jardineras y a las mismas directoras de los
preescolares ellas indicaban que el niño era algo aislado, con tiempos de
aprendizaje diferentes a los otros niños, poco dispuesto al trabajo
colaborativo. Lo llamativo se daba cuando hacíamos visitas a los jardines en
horario de trabajo escolar, Alejandro estaba solo, generalmente fuera del aula
y haciendo diferentes actividades espontaneas, la mayoría de ellas ligadas con
balanceo y lanzamiento de objetos. En
las actividades colectivas (baile, ejercicios) el niño se encontraba en quietud
absoluta, caminando en el aula o de nuevo afuera, sin ningún tipo de
acompañamiento. Era gracioso observar sus cuadernos de trabajo, era evidente
que la mayoría de las actividades manuales eran desarrolladas por las
jardineras, con una o dos líneas de Alejandro.
Ante nuestra sorpresa, nos indicaban que el niño
realizaba estas actividades y que su rendimiento era bajo dado que no respondía
en las evaluaciones acorde con lo solicitado. Lo más interesante era su
planteamiento sobre la pedagogía del amor, proponiendo que el afecto y las
demostraciones de ternura eran parte de un ejercicio intencionado que en algún
momento tendrían efecto en Alejandro.
Con esta situación nos tomamos la tarea de consultar
en los “mejores centros educativos de nuestra ciudad”, sobre la posibilidad de
ingreso del niño en sus aulas. Fueron muchas las disculpas o las razones para
no aceptarlo, desde las necesidades permanentes de evaluación, hasta el
bienestar de la mayoría de los niños.
Ya con diagnóstico de autismo, al culminar el año
2011 la directora del preescolar nos indicó que el niño había avanzado y que
esperaba contar con él durante el 2012. Era curiosa su afirmación, porque desde
nuestro punto de vista el centro educativo no le había brindado compañía,
interés, espacios y materiales suficientes para potenciar su aprendizaje y
desarrollo psicológico.
El caso más demostrativo de su estadía en el
preescolar escolar fue el siguiente:
programaron un encuentro sobre identidad cultural en Colombia, a cada grupo le
fue asignada una región del país, se esperaba que vistieran a la usanza utilizando
materiales reciclables y se presentaran las actividades propias del territorio.
El grupo de Alejandro recibió el encargo de
representar la Orinoquía, zona donde hay mestizos colonizadores y muchos grupos
indígenas. Por ello decidimos pintar el cuerpo desnudo de Alejandro con
alegorías gráficas que narraban las relaciones que estos grupos con la
naturaleza y con los colonizadores. Estaba hermoso, vestido con pintura. Además
construimos accesorios con material reutilizado (que era parte de la propuesta
hecha por el preescolar). El rechazo fue total, los padres con sus miradas de
desaprobación, las jardineras sin ningún tipo de criterio. Otros padres
disfrazaron a sus hijos con trajes de indígenas norteamericanos, mexicanos y
guatemaltecos, que escondían por completo sus cuerpos, todos ellos comprados en
tiendas de disfraces. Total, no se trabajó la identidad cultural,
prevalecieron los prejuicios y los estereotipos sobre los grupos indígenas,
predominó el consumismo y se persistió en el altercentrismo cultural.
Los otros niños entre sorprendidos y cercanos, fueron
alejados por sus padres. Impresionante, como en un ejercicio tan simple,
inundaron a sus hijos de rechazo al cuerpo humano, a otras formas de expresión
estética. Con su belleza Alejandro se
dedicó a saltar en el brinca brinca, lanzarse por el tobogán y corretear por el
patio. Cuando entendimos que estaba cansado, nos marchamos…
Eso, más tantas otras experiencias nos llevó a sacar
una sola conclusión, era necesario acompañar el ejercicio escolar de Alejandro,
por eso tocaba intervenir una escuela, donde fuera posible brindarle
herramientas y formas comunicativas que facilitaran su proceso educativo.
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